Un varón de mediana edad aparece desnudo y brutalmente asesinado en una solitaria playa de Formentera. Según varios testimonios recogidos por la Guardia Civil de las islas, en días previos se le había visto en compañía de distintos jóvenes en locales de ambiente gay de Ibiza.
Podría ser un caso más para el subteniente Bevilacqua, pero en seguida comprenderá que no lo es. Cuando sus jefes le llaman para que se ocupe de la investigación, le hacen saber la peculiaridad del difunto: se trata de un ciudadano vasco condenado en su día por colaboración con ETA.
Para tratar de esclarecer su muerte, después de indagar sobre el terreno, tendrá que trasladarse con su equipo a Guipúzcoa, el lugar de residencia del difunto, y una zona que Bevilacqua conoce bien por su implicación casi treinta años atrás en la lucha antiterrorista.
Allí deberá vencer la desconfianza del entorno de la víctima y, sobre todo, tendrá que lidiar con sus propios fantasmas del pasado, con lo que hizo y lo que dejó de hacer en una guerra que prefirió abandonar.
Unos fantasmas que le conducirán a una incómoda pregunta que como ser humano y como investigador criminal no deja de concernirle: ¿en qué medida nos convertimos en aquello contra lo que luchamos?
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